Nunca supo escribir música, es como si la llevara escrita adentro y él se dedicará laboriosamente a deletrearla; pero se ha vuelto un magistral baqueano del instrumento llevándolo por los caminos que va abriendo a golpes de imaginación.
La vida lo llevó a compartir escenario con B. B. King, Mercedes Sosa, Tomatito, Rubén Juárez, o encontrarse en un piso 50 de Manhattan con Tommy LiPuma –productor de Miles Davis, Paul McCartney, Barbra Streisand y Diana Krall, entre otros–, quien le hizo grabar dos discos en Nueva York. Pero el camino fue muy largo y accidentado. Antes de tomar un avión a Suecia para hacer su primera actuación en el exterior, tuvo que trabajar de sodero, empleado en un frigorífico, tapicero, y cosechador de hongos en una fábrica; luego, actuar en bolichitos donde se juntaban apenas un puñado de noctámbulos en busca de algo de música.
Un domingo, en que no salió el habitual aviso en el diario, tocó para una sola persona en el mítico Oliverio, un sótano ubicado en Paraná 328 de ciudad de Buenos Aires. Esa noche, Luis Salinas tocó con el mismo compromiso y responsabilidad con que lo haría frente a una multitud.
No se lo puede encasillar como jazzero, pero ha tomado de esa música la libertad de sentir que todas las opciones están disponibles y se puede improvisar, yendo y viniendo, como quien teje un tapiz sonoro lleno de sorpresas. Esa versatilidad y libertad ilimitada es la que tanto se le admira en nuestro país y en el exterior.
*Descendencia talentosa¨*
Su hijo, Juan Salinas, tenía cuatro años cuando se subió por primera vez a un escenario para acompañarlo. Fue en Villa Gesell. Cuando, pasado el tiempo, el hijo decidió tomar el mismo camino del padre, Luis le dijo a Juan: “Tenés que sentir tus notas, escuchar a tus compañeros y disfrutar, no tenés nada que demostrar. Si lográs eso lo vas a pasar bien vos, tus compañeros y la gente”. Algo así es lo que el propio Luis Salinas debe decirse a sí mismo cada vez que se sube a un escenario, por esa actitud que tiene de niño que sube a un escenario a jugar con sus amigos, a explorar un mundo que cuanto más se lo conoce más tiene para ofrecer. Ese territorio lleno de milagros que seguimos llamando música.